El otro día pasé por delante de una peluquería que se anunciaba como «Peluquería natural». No se me ocurre de qué manera puede ser natural un corte de pelo o hacerse unas mechas. Lo natural, en todo caso, sería no cortarse el pelo. O si, como me temo, se refieren a que usan champús y crecepelos «sin químicos», confío en que la peluquería esté termosellada y en ella no haya más que vacío absoluto, porque, si no es así, todo lo que espero encontrar dentro es una estafa.
Quizás soy un ignorante y la «peluquería natural» es un concepto que se me escapa. Quizás cortan el pelo usando herramientas de sílex, o usando la tradicional (lo tradicional siempre es bueno; hay que ser conservador) y milenaria (lo milenario siempre es bueno; pensemos en el Halcón Milenario) peluquería azteca o china. Quizás a base de tocar en la planta de los pies meridianos energéticos concretos el pelo te queda escalonado, o con bucles, o te sale una permanente fabulosa.
Estoy pensando en abrir una «óptica natural». Cada vez que venga un miope lo abrazaré y le diré que allí no vendemos gafas porque son lo más antinatural del mundo. ¿Acaso los árboles llevan gafas? Le diré que acepte la miopía porque, como cualquier otro defecto congénito o enfermedad, es lo natural. Y luego le cobraré 299 euros y le ofreceré, por un euro más, un segundo par de nada.