La gente empezó a entonar estas palabras: «Lo personal es lo político». En el instante en que oí por primera vez esa expresión letal, me di cuenta, como ocurre cada vez que uno oye una chorrada siniestra, de que era —y creo que quizá el tópico sea excusable— una mala noticia. A partir de ese momento, ser miembro de un sexo o un género o subdivisión epidérmica, o incluso «preferencia» sexual, serviría para capacitarte como revolucionario. Para comenzar un discurso o hacer una pregunta desde el público, sólo sería necesario empezar así: «Hablando como…». Después podía seguir cualquier descripción narcisista. Diré algo sobre la vieja izquierda «radical»: nos ganamos nuestro derecho a hablar e intervenir por medio de la experiencia, el sacrificio y el trabajo. Nunca nos habría bastado levantarnos y decir que nuestro sexo, sexualidad, pigmentación o discapacidad eran en sí cualificaciones. Hay muchas formas de fechar el momento en que la izquierda perdió o —preferiría decirlo— descartó su ventaja moral, pero esa fue la primera vez que vi que la traición requería un precio tan bajo.
—Hitch-22, Christopher Hitchens, sobre el final de la década de los sesenta.