Vivíamos en una casita en el prado. Éramos felices. Tuvimos un hijo y yo creía que nuestra vida era perfecta. Pero dos años después el pequeño se atragantó con un hueso de cereza y murió. Lo enterramos junto a la casa, en una colina. En primavera empezó a crecer un cerezo en su tumba, y allí sigue creciendo cada año. Ahora soy una persona completa: he escrito un libro, he tenido un hijo y he plantado un árbol.