La representación de la Justicia como una señora con una balanza en las manos y una venda en los ojos viene de la Grecia antigua.
Presunto de Tracia, en el siglo V a. C. cuenta que “la diosa Justina [Justicia] es ciega porque no debe saber si el reo que se postra ante ella es un rey o un patán y debe tratarlos a ambos con igual equidad”.
Durante el gobierno de Titón en Atenas (413–401 a. C.), se designó a Fitoplancton como juez supremo. Éste, en un alarde de compromiso, se arrancó los ojos para poder ser lo más ecuánime posible. Sin embargo, durante el célebre juicio de Rufo vs. Mármoles and Co., Fitoplancton descubrió que uno de los testigos era Agamenón el Pelao. Según Maimónides “distinguió su particular voz de canario flauta capado”. Así pues, el juez, procedió a arrancarse las orejas y, por si acaso, también la nariz.
Fue entonces que, en palabras de Maimónides, “la Justicia, al fin, se convirtió en un puto cachondeo”.