12 de julio.
Querida Natalia Nementieva:
El domingo nos envían al frente. Ya era hora de un poco de acción. Aquí nos aburrimos mucho y la mayor parte del tiempo la pasamos durmiendo o arrestados. El sargento es muy estricto. Quiere hombres firmes y valientes. Incluso ha confiscado la máquina de tricotar a Fiodorevich, que se pasó toda la noche llorando con la cara hundida en la almohada. Y yo me pregunto: ¿Es necesaria tanta disciplina? Ayer, por ejemplo, el sargento nos obligó a recorrer 12 kilómetros haciendo el pino. «Hay que estar preparado para cualquier contingencia», nos gritó. Me han quedado las manos llenas de arañazos. No sé si podré volver a tocar el ukelele.
Siempre tuyo,
Iván Ivanisevich.
13 de agosto.
Amado Iván Ivanisevich.
Te echo tanto de menos… Suerte del doctor Nicolai Nicolaievich, que me distrae con sus juegos de manos.
Hasta pronto, querido.
Natalia.
P.D.- Ves al tanto con las faltas de ortografía.
31 de agosto.
Querida Natalia Nementieva:
Ya estamos en territorio enemigo. Tuvimos problemas porque Fiodorevich tenía el pasaporte caducado, pero, finalmente conseguimos pasarle por la aduana camuflado dentro de un termo. En el camión que nos llevó al campamento base, el sargento intentó animarnos contando chistes y simulando estar encerrado en una campana de cristal invisible, pero los muchachos estaban asustados y a nadie le hizo gracia hasta que el sargento nos apuntó con el fusil y nos obligó a reír.
El campamento no está mal. A mí me ha tocado dormir en la litera de abajo y, como tengo claustrofobia, le he pedido al sargento si me podía ubicar en otra. El sargento ha vuelto a sacar el fusil y he comprendido que aún estaba molesto por lo del camión.
Buenas noches, dulce amor.
Iván Ivanisevich.
6 de octubre.
Apreciado Iván Ivanisevich.
Te rogaría que me enviaras el retrato que te di para que llevases en la cartera. El doctor Nicolai Nicolaievich tiene mucho interés en verlo.
Cuídate bastante.
Natalia.
P.D.- El doctor se ha trasladado a tu habitación y te pide permiso para usar tus corbatas.
8 de noviembre.
Querida Natalia Nementieva:
Hoy nos hemos internado por primera vez en la selva. Es fabuloso. ¡Qué fauna más extraña! ¡Y una vegetación…! He visto una planta idéntica a aquella que tiene tu madre en la cocina, pero ésta escondía un nido de escorpiones debajo. Dile a tu madre que vaya con cuidado. Después hemos visto un árbol que Boris Vasilievich ha identificado, erróneamente, como uno de los que usaban en las películas de Tarzán para descuartizar a las víctimas. Yo lo he negado rotundamente y él aún se ha puesto más gallito. Nos hemos enzarzado en una tensa discusión hasta que Sievchenco ha pisado una mina. El sargento nos ha hecho tumbar en el suelo en silencio y el estúpido de Boris Vasilievich me ha tirado una hormiga a la cara. Yo le he puesto una cara que seguro que ha notado que me lo había tomado mal.
El sargento nos ha hecho callar. “¡Silencio! ¡Que nadie mueva ni un músculo! Puede ser una trampa”, ha ordenado en voz baja. Y así hemos estado un buen rato. Cuando empezábamos a sospechar que el sargento se había quedado dormido, nos ha hecho una señal para que nos incorporáramos. Fiodorevich, el muy necio, ha empezado a construirse una cabaña con agujas de pino, pues ha malinterpretado el gesto del sargento.
Lo ha hecho arrestar, pero, como las esposas iban dentro de la mochila que nos requisaron en la frontera, Fiodorevich ha quedado en libertad condicional.
Después hemos ido a rescatar a Sievchenco. Lo hemos hallado muy malherido, semiinconsciente, gritando que él no debería estar aquí sino con la selección argentina de fútbol. A todos nos ha hecho gracia su ocurrencia; por la ironía, ya sabes, porque Sievchenco ha perdido las dos piernas.
Cuando ha oscurecido hemos acampado en medio de la selva. El sargento nos ha dicho que nada de luz y mucho menos hacer fuego, ya que atraeríamos al enemigo. Es comprensible, pues hace algo de frío y todo el mundo busca el calor. De todas formas, Ichtochnikov ha sacado una petaca con absenta y nos hemos calentado un poco. Después de un rato, Fiodorevich se ha subido a un árbol y no quería bajar. «Soy un búho», decía. Por fortuna el sargento tiene buena puntería y lo ha derribado lanzándole el radiotransmisor.
Siempre tuyo, dulce amor.
Iván Ivanisevich.
8 de febrero.
Señor Ivanisevich.
¿Qué probabilidades hay, y os ruego franqueza, de que volváis a casa con vida?
Atentamente,
Natalia Nicolaievich.
P.D.- Si alguna vez pasáis por San Petersburgo no dudéis en visitarnos.